La cripta y la torre son responsables de que ese grandioso templo no tenga la fachada que según Milicua merece. Pero es la que ha llegado hasta nuestros días y por ello merece nuestros respetos. «La fachada principal es, por su pobreza, verdaderamente indigna de una iglesia catedralicia, con sus muros de lisos bloques y solamente animada en lo alto de los contrafuertes por macizos y austeros pináculos. Insignificantes son el rosetón del tímpano y el ventanal, que filtran suavemente la luz que por ellos penetra en el templo. El rústico cuerpo saliente que cobija las puertas y la protuberancia del cascarón externo de la Capilla del Monumento, construida en el siglo XVIII, contribuyen a aumentar la mezquina impresión que causa esta desnudez».
Estoy seguro de que hace siete siglos, los palentinos estaban muy contrariados porque todavía tenían en pie una catedral pesada y oscura mientras burgaleses y leoneses presumían de tener muy avanzada la construcción de sus luminosos templos que eran la expresión de la importancia de sus respectivas sedes episcopales. Las grandes catedrales góticas que conocemos han tenido una vida azarosa. La famosísima catedral de Milán, levantada casi al mismo tiempo que la de Palencia, se acabó el siglo pasado, pero hacia 1790 todavía una parte de la fachada principal era de ladrillo. Tuvo que ser el mismísimo Napoleón quien ordenó su finalización mereciendo como recompensa la erección de una estatua suya como remate de un pináculo.
A pesar de que el XIV fue un siglo poco propicio para reformar y agrandar las catedrales, porque estuvo lleno de desgracias y calamidades sin cuento: guerras, sequías, inundaciones, pestes, etc. los palentinos se decidieron a reformar y ampliar la suya de modo que no tuviera nada que envidiar a sus vecinas de León y Burgos. Estuvieron a punto de conseguirlo, pero, la Bella Desconocida quedó desdibujada y oculta por la mole de una torre con vocación defensiva. No les consoló mucho que en Burgos no se vieran libres de problemas porque, en el año 1539 se vino abajo una noche con gran estrépito el atrevidísimo cimborrio que levantó Juan de Colonia. Era la admiración y orgullo de la ciudad y todos los burgaleses al unísono se conjuraron para levantar uno nuevo más elevado e impresionante si cabe que el precedente porque había arrastrado en su caída las naves colindantes y no querían dejar al descubierto el corazón de su catedral. Tampoco la catedral de León estuvo exenta de problemas cuando en 1631 se cayó una bóveda del crucero. A raíz de unas obras de reparación que añadían una gran cúpula, las bóvedas, carentes de contrarrestos empezaron a moverse como flanes. Por si esto fuera poco en 1755 el terremoto de Lisboa dañó seriamente el templo. A lo largo de los años, sucesivos arquitectos ejecutaron soluciones que llevaban aparejado el cierre del templo y parcheaban este sin dar con una solución definitiva, por ello se puede afirmar sin temor a errar que la Pulchra Leonina es una catedral en perpetua restauración que sobrevive de milagro.
José Milicua, en su libro Palencia Monumental impreso en los Talleres Aldus en 1954, señala en su página 12 refiriéndose a la catedral: «La fachada principal es, por su pobreza, verdaderamente indigna de una iglesia catedralicia, con sus muros de lisos bloques y solamente animada en lo alto de los contrafuertes por macizos y austeros pináculos. Insignificantes son el rosetón del tímpano y el ventanal, que filtran suavemente la luz que por ellos penetra en el templo. El rústico cuerpo saliente que cobija las puertas y la protuberancia del cascarón externo de la Capilla del Monumento, construida en el siglo XVIII, contribuyen a aumentar la mezquina impresión que causa esta desnudez».
Actualmente, el Cristo del Otero y San Miguel son los edificios más emblemáticos de la ciudad de Palencia. De este último señala Milicua: «La torre de San Miguel es la estampa palentina más entrañable y más recio y genuino sabor medieval… Es el viejo centinela de la ciudad, tenso y enhiesto, de sesgo grave y varonil, como la tierra que lo sustenta; constituye todo un símbolo que el municipio palentino viniera a nacer al cobijo de este fuerte campanario, Pero no solamente la presencia activa de siete siglos en el paisaje y en la historia urbana que lo avalora, sino también su prestancia señorial, su hidalgo porte artístico de inconfundible personalidad».
Tiene razón José Milicua en esta frase que escribió hace setenta años. Tal es así que San Miguel, ha robado el protagonismo a la mismísima catedral de San Antolín y su torre es la imagen más representativa de la ciudad. Ambos templos están situados en el borde del casco histórico en las proximidades del río Carrión. A la vista del remate de San Miguel no me cabe duda de que ambos templos ejercieron de centinelas y tuvieron que sufrir las embestidas de los atacantes de la ciudad en alguna de las disputas de los reyes y los nobles medievales. El remate defensivo de San Miguel hace suponer que algo semejante tuvo la torre de la catedral. Tal y como esta ha llegado hasta nosotros, ya llevaban algunos siglos las golondrinas planeando alrededor del parteluz de su gigantesco ventanal que otorga a San Miguel esa sutil ligereza que conjuga la elevación del espíritu con las necesidades defensivas de Palencia en aquellos agitados tiempos medievales.
La catedral de Palencia se levantó, como tantas otras, sobre el mismo solar de su precedente románico, que seguía funcionando mientras se desmontaban sus fábricas para levantar el nuevo templo. Tenían que desnudar a un santo para vestir a otro mucho más grande y debían de hacerlo sin que colapsara ninguno de los dos, pero para hacerlo necesitaban puntos de apoyo y estructuras de contrarresto y mantener intactos espacios de gran valor histórico y simbólico, y por ello, no solo conservaron la antigua torre, muy apropiada para estos fines, sino también la cripta fundacional. que condicionó la planta de la catedral tanto o más que la torre.
Esta, aparte de servir de contrafuerte a las bóvedas del crucero y garantizar la estabilidad del conjunto arquitectónico durante su transformación, dividió en dos partes el espacio catedralicio. A esta circunstancia se debe la anomalía de disponer de dos cruceros que permitieron dar continuidad y equilibrio a los volúmenes del templo. Por ello deduzco que la cripta y la torre son responsables de que ese grandioso templo no tenga la fachada que según Milicua merece. Pero es la que ha llegado hasta nuestros días y por ello merece nuestros respetos.
Durante la restauración del templo palentino, que dirigió a finales del siglo XIX Jerónimo Arroyo, intuyendo la importancia de la fotografía como vehículo de imágenes y emulando a Napoleón en Milán, mandó labrar y colocar en un contrafuerte una gárgola representando un fotógrafo -Luis Alonso o José Sanabria- que, a falta de otras distracciones, atrajera la curiosidad de los visitantes.
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