El Tenquero, entre otras muchas cosas, fue también una huerta. Era una especie de edén en medio de la vetusta estepa castellana, edén a donde ir a pescar tencas con tu padre un domingo por la mañana, un edén a donde ir a merendar y hacer un guateque con la pandilla un domingo por la tarde, un edén en dónde refugiarse los sofocantes días de julio y agosto a escuchar el canturreo de jilgueros, pardillos y verdorenos.
En la actualidad ya no es nada, ya no es ni la más remota sombra de lo que fue en su época de esplendor.
El Tenquero, se encuentra en el margen derecho del curso del Valdeginate entre el puente Nuevo y la presa de El Cornaguillo.
La imagen bucólica que del Tenquero queda en mi retina se remonta a los años de niñez y pubertad y que nada tiene que ver con la actual imagen.
Por aquellos años tenía el Tenquero una gran charca que se alimentaba del agua que se filtraba del Valdeginate y que era el hábitat perfecto para aves, peces y pequeños roedores.
El Tenquero era un sitio ideal para pescar los domingos por la mañana debido a su frondosidad y espesa vegetación; en él me aficionó mi padre al arte de pescar. Los aperos usados entonces nada tienen que ver con las cañas modernas provistas de los materiales más ligeros y sofisticados del mercado: mástil de grafito, hilo de nailon muy resistente, carrete con frenillo, campanilla que te avisa cuando pica el pez, etc., etc.
Al Tenquero todos íbamos en igual de condiciones: caña auténtica cortada de algún cañaveral de las huertas colindantes, hilo de cáñamo del que usaban nuestras abuelas para coser los sacos de la labranza y un corcho cogido de una botella y afilado de tal modo que formara algo parecido a un cono o boya de pescar; el cebo las “morugas” que cogíamos en la zonas húmedas de los arroyos. Lo único que no era de fabricación casera era el anzuelo, que este sí que había que comprarlo en Deportes Neira en Palencia.
La variedad de pesca tampoco es que fuera muy variada en el Tenquero: barbos, bogas y sobre todos tencas. Éstas, precisamente, fueron las que dieron nombre al lugar. Para las tencas que les gustan los fondos cenagosos, con gran vegetación y lodo, hacían de este lugar su hábitat preferido. Había en gran abundancia y aunque su sabor no es muy agradable al gusto resultaban muy atractivas pescarlas por su tamaño y los reflejos policromados que destellaban desde que salían del agua hasta que llegaban a nuestras manos. Con un junco insertado por las bráqueas y atado a una rama las manteníamos vivas dentro del agua hasta irnos a casa. En el Tenquero también había, en menor medida, cangrejos, anguilas, gallinitas de agua y una gran variedad de pájaros.
Era el lugar preferido de Don Agustín, médico del pueblo y gran amante de los animales. En las suaves tardes de primavera y otoño no era difícil encontrarlo por estos parajes montando sus arbolitos plegados de varillas de liga y el reclamo pertinente al pie de ellos con la esperanza de que algún ingenuo jilguero, pardillo, verderón o pinzón se posara en alguna de aquellas falsas ramas engañado por el canto del reclamo o en busca de sombra, agua o semillas.
El Tenquero también era el refugio de los chavales para sus meriendas domingueras junto a las chavalas de su edad. Habíamos llegado a la edad en que dejaban de sernos indiferentes para convertirse en la alegría de la huerta.
En el Tenquero hacíamos nuestras grandes meriendas de pardales cazados la noche anterior en el corral de Viguera, en el patio del Sr. Miguel o en las acacias de la fábrica de harinas y la estación.
En el Tenquero al son del tocadiscos de pilas de Dori hicimos nuestros primeros guateques con la música de los Bravos, Juan y Junior, Miguel Ríos y Formula V entre otros.
El Tenquero, con su inmenso moral, era también la despensa de nuestros gusanos de seda. Allí nos acercábamos Luis Frontela y yo todos los días de finales de primavera y principio de verano a coger hojas para nuestros pequeños animalitos que algún compañero de la escuela nos había regalado.
La noria al lado del moral siempre fue el mejor pretexto de nuestras madres para que no fuéramos allí. Pero precisamente era la noria, con todos sus peligros, la que hacia des este lugar un vergel. El agua que de ella brotaba impulsada por medio de una incansable mula con sus ojos vendados girando horas y horas alrededor de ella hacía posible que allí hubiera toda clase de árboles frutales que si bien eran de propiedad privada, los chavales no nos privábamos de rapiñar un día sí y otro también.
En el Tenquero había una casa donde vivía el guardia de la huerta que ahora ni recuerdo ni su nombre ni el número de personas aque allí vivían .
El Tenquero fue el sueño perdido de mi ti Patro; a menudo hablaba de que cuando se jubilara compraría la casita del Tenquero y haría del lugar el edén que él conoció cuando llegó al pueblo. El sueño nunca se hizo realidad porque con las obras del río el Tenquero pasó de ser un edén a un pastizal de ovejas. Con la canalización del Valdeginate el Tenquero se secó y con ello llegó la desolación y la muerte. Los peces se murieron, las aves buscaron otros refugios y muchos árboles enfermaron y terminaron secándose. La frondosidad desapareció en muy poco tiempo y lo que era un lugar de idilio se convirtió en un lugar desolado y olvidado.
Así es como está ahora y así es como lo muestran las últimas fotos sacadas por Paco del Tenquero hace unos días y que son las que me han inspirado a escribir esta añoranza. Estas fotos muestran que por el Tenquero también han pasado los años y se ha vuelto viejo.
El Tenquero padece una enfermedad en fase terminal que mucho me temo pueda superarla. El Tenquero está agonizando, el Tenquero se muere y con él muchos, muchos recuerdos, muchos sentimientos que no se volverán a vivir.