Aunque ya no hay viñas en el pueblo, sí que las hubo hasta que llegó la concentración parcelaria a finales de los años 60. Junto con las huertas formaban aquel bonito anillo verde que circundaba el casco urbano de Castromocho.
Recuerdo, siendo niño, haber ido un par de años a vendimiar, o mejor dicho a jugar, al majuelo del Sr. Fortunato con sus nietos Agustín y Ausencio durante la época de la vendimia. Este majuelo se encontraba pocos metros más arriba de la fuente de carrecapillas.
La vendimia, junto a la matanza del cerdo, era la otra gran fiesta para los más pequeños y por eso merece la pena ser recordada.
Plantación.- El primer paso del calendario vinícola era la plantación, aunque esta labor no era necesaria todos los años ya que generalmente las cepas pasaban de generación en generación. En el caso de que hubiera que plantar nuevas cepas esto se realizaba tras las heladas de enero y febrero por medio de un injerto. Por estas mismas fechas las cepas antiguas se podaban con tijeras para que llegada la vendimia dieran racimos de mayor tamaño pero menor cantidad.
Cuidado.- El cuidado del majuelo consistía en dar una mano de arado con un solo animal en invierno para remover la tierra en profundidad y así hacer penetrar la humedad en el terreno; mientras que en junio el trabajo superficial lo llevaba acabo el binador limpiando las hierbas y quitando los cardos que habían nacido en primavera. Este trabajo se solía hacer con azadas. Con la implantación del tractor en las tareas agrícolas este procedimiento cambió radicalmente.
Desde el momento en que empezaba a brotar la uva hasta casi la época de la vendimia era necesario controlar la posible aparición de plagas. De ellas las más comunes eran el Oidio (polvillo blanco en hojas y racimos que detiene el crecimiento de la piel provocando grietas y rajas en los granos) tratado con azufre; y el Mildiú (atacaba a la vid produciendo su desecación y exfoliación prematura), combatido con fungicidas.
Vendimia.- A últimos de septiembre o primeros de octubre comenzaba la vendimia o recolección de la uva generalmente de carácter familiar. Antes se habían llevado los cestos a recalar al Valdeginate o a alguno de los pilones públicos para que el mimbre no se rompiera por estar demasiado seco.
En aquella época, cuando en Castromocho había chicos y chicas a montones, estos días se consideraban casi festivos y aunque no cerraban las Escuelas el número de ausencias era bastante considerado ya que todos los componentes de la familia solían colaborar en los trabajos de la recolección de la uva. Temprano por la mañana salían los carros y remolques dirección a los majuelos cargados de hombres, mujeres y niños con sus respectivos aperos.
Había varias clases de cestos: los grandes tenían una capacidad de hasta 115 kg, se quedaban en el remolque y en ellos se iban depositando las uvas que los hombres transportaban en cunachos (contenedores más pequeños con una capacidad de 15 a 20 kg).
Las mujeres solían cortar los racimos con cuchillos, tijeras, navajas y garillos (especie de cuchillo curvo) y se iban colocando en cestas. Cuando la cesta estaba llena, se volcaba en un cunacho y, cuando éste se llenaba, los hombres lo llevaban hasta el carro o remolque y lo desocupaban en los grandes cestos que se transportaban a los lagares. Los niños aportaban su granito de arena pero para ellos más que un trabajo era una fiesta.
Era costumbre hacer el «lagarejo», que consistía en frotar la cara de los vendimiadores con racimos de uvas. El primer lagarejo era el que peor se llevaba y todo el mundo corría para librarse de él; los siguientes ya no importaban.
Pisar la uva.- La uva recogida se llevaba al lagar donde los «expertos» la pisaban y pisaban hasta hacer brotar la última gota de mosto.
En el mismo lagar solía estar también la bodega donde el mosto recién obtenido se guardaba en grandes cubas de madera que habían sido previamente lavadas.
Fermentación y consumo.- En un primer momento las cubas no se llenan del todo ya que la primera fermentación del mosto se realiza de forma violenta echando mucha espuma y produciendo el tan temido gas popularmente conocido como «tufo».
Tras los diez primeros días se rellenaban las cubas y daba comienzo una segunda fermentación más lenta que duraría prácticamente hasta Navidad. En algunos casos este segundo proceso se realizaba tras el trasiego de una cuba a otra, retirando de esta manera las heces de la primera.
El vino de Castromocho no es que fuera de gran calidad pero era auténtico y servía para cubrir las necesidades del pueblo. A muchos les gustaría volver a pillarlo ahora.