Un recorrido fotográfico por el legado histórico de las villas romanas a través del objetivo de profesionales y aficionados. La villa romana de La Olmeda forma parte de la Red de Cooperación “Villas Romanas de Hispania”, nacida en 2015 como una iniciativa de trabajo transversal que pretende abarcar todo el territorio de la antigua Hispania romana.
Hasta el próximo 15 de noviembre, turistas y aficionados a la fotografía, arte, historia, patrimonio y arqueología pueden disfrutar de una “magnífica” exposición fotográfica “Las Huellas de Hispania” en la villa romana de La Olmeda, espacio cultural de la Diputación de Palencia. Se trata de una muestra que recoge una pequeña selección, en concreto 44 fotografías, de las más de 600 presentadas al I Concurso Arqueofoto celebrado en 2021 y organizado por la “Red de Cooperación Villas Romanas de Hispania”, el periódico gijonés “El Comercio” y la Asociación Nacional Villas romanas de Hispania, asociación creada en 2012, como referencia del turismo arqueológico y que fue auspiciada por La Diputación de Palencia, en La Villa Romana La Olmeda.
La muestra engloba un conjunto de imágenes captadas tanto con el objetivo de profesionales de la fotografía como por el de aficionados, turistas, jóvenes, niños o visitantes ocasionales a yacimientos arqueológicos o monumentos romanos.
Un viaje fotográfico por una gran variedad de rincones y lugares de la antigua Hispania romana, alguno de ellos archiconocidos y otros aún por descubrir.
Cabe recodar que la villa romana de La Olmeda forma parte de la Red de Cooperación “Villas Romanas de Hispania”, nacida en 2015 como una iniciativa de trabajo transversal que pretende abarcar todo el territorio de la antigua Hispania romana en una propuesta patrimonial, cultural y turística, innovadora y sostenible.
La red, abierta a futuras incorporaciones, actualmente está integrada por diez villas romanas que a lo largo de los últimos años han acometido actuaciones significativas de excavación científica, conservación y restauración. Asimismo, cada una de ellas posee tanto una infraestructura adecuada de acogida y visita como una estructura estable.
En los dos últimos siglos del Imperio, la aristocracia romana alcanza niveles de riqueza y prosperidad hasta entonces desconocidos. Esta circunstancia se revela, sin duda, en la opulencia de sus residencias rurales, las villas.
Aunque en Hispania existían desde el cambio de era, es ahora cuando manifiestan su verdadera condición como un conjunto de edificios en el campo con una doble función: explotación agrícola y residencia de su propietario.
La importancia de la villa radica en el hecho de que la tierra constituía la base de la economía romana y el punto esencial en el que sostener el prestigio social y poder político de su dueño. Ocio y negocio son las dos caras de una misma moneda. La residencia rural sostiene la posición económica de su propietario, al mismo tiempo que le proporciona un espacio de retiro y esparcimiento, lejos de la ciudad, donde cultivar sus aficiones y relaciones sociales. No existen dos villas iguales, pero todas aspiran a edificarse en las mejores condiciones: clima saludable, agua abundante, ubicación adecuada y fértiles tierras. Desde el punto de vista de su organización espacial podemos distinguir entre: la pars urbana o zona residencial; la pars rustica, dedicada a la actividad agropecuaria; y la pars fructuaria, relacionada con el tratamiento y almacenamiento de los productos agrícolas y ganaderos.
Pero es en el área residencial donde el señor hace gala de su posición. El lujo en la vivienda es un indicador de competencia entre la aristocracia. Mosaicos figurativos y geométricos, espacios porticados de columnas y capiteles, colecciones de estatuas, pinturas, escenografías a base de cortinajes y alfombras, decoración marmórea, pequeño mobiliario de marfil y plata.
El número, amplitud y decoración de los ámbitos públicos y privados de la vivienda debe estar a la altura de la categoría y las responsabilidades políticas y sociales del aristócrata. Grandes patios ajardinados, sala de recepción, dormitorios, baños privados con circuito termal, comedores para el banquete, despachos y bibliotecas, un mundo dedicado a la auto representación y el boato construido sobre la abrumadora diferencia entre honestiores y humiliores, entre ricos y pobres.
Sin embargo, el mundo de las uillae del final del Imperio era un mundo en profunda transformación cultural, religiosa, económica y política. Y aquel modo de vida no pudo por menos que perecer. Las villas cambiaron su fisonomía y sus usos. Algunas se abandonaron definitivamente, pero otras conocieron nuevos moradores, quizás los habitantes que antes bajo el dominio del señor cultivaban sus tierras y ahora ocupan la zona residencial con otras preocupaciones que no son sino las de subsistir. La Roma eterna había desaparecido, se abría una nueva época.
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