Está completamente aislada y esterilizada y la mayoría de fórmulas que se elaboran en ella son para tratamientos oncológicos. El equipo de esta sala está compuesto por seis profesionales: dos enfermeras, dos técnicos y dos farmacéuticas. En su día a día no hay margen de error ya que manejan medicamentos peligrosos.
El Hospital Río Carrión de Palencia acaba de inaugurar la denominada ‘Sala Blanca’, una zona completamente aislada dentro del complejo asistencial donde se preparan de forma totalmente segura los medicamentos que posteriormente se administran a los pacientes.
El objetivo es preservar su pureza y nula contaminación como si se tratara de una burbuja. Eso exige mantener los parámetros ambientales –partículas en aire, temperatura, humedad, flujo de aire, presión interior del aire, ruido e iluminación– estrictamente controlados. Su creación ha requerido de una inversión superior a los 693.000 euros.
El equipo de esta sala está compuesto por seis profesionales: dos enfermeras, dos técnicos y dos farmacéuticas. En su día a día no hay margen de error ya que manejan medicamentos peligrosos y citostáticos, que son aquellos que demoran o detienen el crecimiento de las células, incluso las cancerosas. Estas sustancias pueden impedir la propagación de los tumores. La mayoría de las fórmulas que se preparan en la ‘Sala Blanca’ están destinadas a pacientes en tratamiento oncológico.
La manipulación continuada de este tipo de productos puede favorecer mutaciones o altos niveles de toxicidad y, por eso, los profesionales deben centralizar en un solo punto su preparación, hacerlo en cabinas de seguridad biológica clase II con flujo laminar y mantener abierta tan solo una cavidad donde poder introducir las manos. Todo esto conlleva un protocolo de vigilancia sanitaria específica que permita minimizar los riesgos o detectarlos antes de que dañen la salud de los trabajadores expuestos.
«Hay que tener mucho cuidado para garantizar que el medicamento llega en perfecto estado al paciente, pero también por nuestra propia seguridad», explica Mercedes Iribarren, farmacéutica especialista en Oncología y responsable de la Sala Blanca. La campana de seguridad biológica debe entrar en funcionamiento de 15 a 30 minutos antes de empezar a trabajar para que se estabilice la circulación del aire. Se deben evitar los movimientos bruscos y es recomendable trabajar a unos ocho centímetros del borde de la cabina.
La sala está construida con materiales de los que no puede desprenderse ningún tipo de partícula, como acero inoxidable o PVC, descartando en la medida de lo posible la madera o la celulosa. Además, todas las paredes son redondeadas para impedir que los microorganismos puedan acumularse en los rincones o las esquinas. Las superficies son totalmente lisas y los cerramientos son inertes y químicamente resistentes. También las puertas de acceso son especiales y están enclavadas de tal manera que es imposible abrirlas de forma simultánea. «Tienes que esperar a que una esté cerrada para poder abrir la otra. El objetivo de este sistema es impedir que el aire del interior se mueva». Los trabajadores no pueden acceder con ropa de calle y es obligatorio el uso de guantes, calzas, gorros y mascarilla.
Como resultado, se obtienen medicamentos personalizados y adaptados a la patología de cada paciente. «Preparamos las fórmulas siempre con el nombre y el historial del enfermo delante. Hay algunas preparaciones normalizadas que sirven para varios pacientes, pero son una excepción. En general, se realizan de forma individual y se van modificando los componentes en función de su evolución», señala. Eso obliga a preparar los tratamientos casi de manera diaria, aunque también los hay que se pueden congelar o almacenar durante varios días.
El hecho de que haya aumentado de manera considerable el número de personas con cáncer es una de las razones por las que se decidió construir esta nueva zona en la farmacia del hospital. «Al día, de media, nos llegan entre cuatro y cinco nuevos pacientes. La población va envejeciendo poco a poco y eso, unido a que cada vez hay más avances, hace que el número de casos se haya disparado», afirma.
Sin embargo, y pese a que nunca llegan a conocerles en persona, estos profesionales trabajan cada día por y para los enfermos. Conocen su diagnóstico, sus síntomas y dolencias y su evolución. Por ello, les resulta imposible no alegrarse cuando alguno de ellos recibe el alta hospitalaria. «Para nosotros, como para cualquier profesional sanitario, lo más importante es el enfermo. Sentimos una satisfacción inmensa cuando dejamos de recibir la historia clínica de alguno de ellos porque eso significa que se ha curado y que ya no nos necesita. Es una sensación indescriptible», confiesa Iribarren.
Eso demuestra que, aunque a veces sea el eslabón menos visible de la cadena, la labor de la farmacia es indispensable para la sanación del paciente. «Tenemos un trabajo algo más desconocido y permanecemos en la sombra, pero hacemos una labor importante. Nos preocupamos de que el medicamento llegue en las mejores condiciones posibles, de que no haya interacciones o de que sea la dosis adecuada. Nada de esto sería posible sin una coordinación continuada con médicos y enfermeras», concluye Iribarren.
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