La última intervención de Pablo Casado en una sesión de control al Gobierno habría complacido a Alfredo Pérez Rubalcaba, porque una vez más se ha asistido a un entierro político como se merecía el difunto. España entierra muy bien a sus muertos, dijo quien fue factótum en el PSOE, cuando abandonó la carrera política. Al todavía presidente del PP le han aplaudido quienes apenas unas pocas horas antes le habían apuñalado retirándole su apoyo. Su grupo parlamentario le despidió en pie cuando todavía estaba fresca la tienta con la que habían firmado un manifiesto pidiéndole que abandonara la dirección del partido, que diera paso a un congreso extraordinario en el que se entronice a Alberto Núñez Feijóo.
El canto del cisne de Pablo Casado ha sido un compendio bienintencionado de compromiso con la política con mayúsculas, con apelaciones ineludibles al servicio de España y la causa de la libertad, a ganar el futuro, a la defensa de valores y principios y al respeto a adversarios y compañeros. Resulta imposible no aplaudir o conmoverse con esa declaración de principios. No era el momento de la autocrítica, ni tampoco de reiterar los ataques furibundos al Gobierno que han marcado sus intervenciones en las sesiones de control. Era el momento del adiós rodeado de quienes es presumible que deseaban que el trago fuera corto porque el volumen y el tiempo de sus aplausos daban la medida de la intensidad de su traición.
A rey muerto rey puesto, han debido pensar al ver la espaldea de Casado salir por la puerta del Hemiciclo. Un aviso también para quien llegue a ocupar su puesto, las alabanzas de hoy son las dagas de mañana, porque un partido es una máquina de ganar elecciones o por lo menos de generar expectativas de que se pueden ganar. Pero esa lección ya la debe traer aprendida de casa su sustituto, que tendrá que hacer el cesto con los mimbres que se encuentre y que al parecer han tardado mucho tiempo en darse cuenta de que habían apostado por un candidato perdedor, al que lo mismo aplaudían cuando ponía cerco a la ultraderecha, que cuando se acercaba a ella, de tal forma que contribuían al desconcierto de sus votantes.
De la dureza de sus invectivas y de la calidad de la oratoria de Pablo Casado bien conoce el presidente del Gobierno. En su despedida, el todavía líder de la oposición ha dibujado como tiene que ser la acción política en beneficio del país, a su juicio, la contraria a la que realiza Pedro Sánchez. De este se sabe que la empatía no es uno de sus fuertes, y por eso, tras los buenos deseos de rigor a quien ha sido derrotado por los suyos, no ha dudado en reivindicar la legitimidad de su gobierno tantas veces puesta en cuestión desde la bancada de la oposición. Si Casado ha realizado una reivindicación del bipartidismo y del pacto constitucional que dejaba traslucir la impugnación de la política de alianza del Gobierno, Sánchez no dudo en descalificar el tipo de oposición del PP realizada los dos últimos años.
Pablo Casado ha pasado a ingresar en la nómina del ‘club de los faltos de cariño», que diría Manuel Leguineche, pero a sus otrora seguidores preocupados por su futuro les ha dado la noticia, con el aval de haber sido realizada en sede parlamentaria, de que no convocará elecciones anticipadas en su momento de mayor debilidad. Una oportunidad para curas sus heridas mientras aplauden al sucesor.
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