Campanas Quintana, una de las pocas empresas del sector en todo el mundo, data de 1637 y exporta sus productos al mercado internacional.
En España hay reconocidos hasta 63 toques de campana diferentes. A lo largo de los siglos se convirtió en mucho más que en un instrumento y llegó a ser un verdadero medio de comunicación. La campana «hablaba» y, con escucharla, los vecinos, especialmente los del medio rural, sabían qué quería decir. Su toque podía alertar de un ataque, avisar de una huelga , anunciar el inicio de las fiestas o la celebración de una boda. Cuando el repicar de las campanas resonaba, la población se sumía en el más profundo de los silencios para poder prestar atención. «Yo siempre he dicho que el ser humano lleva una campana dentro», asegura Manuel Quintana, exgerente de Campanas Quintana, una empresa que ha sido, no solo su vida, si no la de toda su familia. De hecho, hay evidencias documentadas de su existencia desde el año 1637. Primero estuvieron afincados en Villota del Páramo y posteriormente en Saldaña (Palencia). Él se hizo cargo de la compañía a una edad muy temprana. Su decisión estuvo motivada por la muerte de su padre que también fue campanero al igual que todos sus antepasados.
A día de hoy, puede presumir de que su legado sigue vivo. Este negocio palentino es uno de los pocos fabricantes de campanas que quedan, no solo en España, si no en todo el mundo. De hecho, acaban de construir un carillón de 32 campanas con destino a Panamá y ahora, que se ha jubilado, han sido sus hijos, Manuel e Ignacio, los que se han hecho cargo de la compañía. «La nuestra es una saga familiar centenaria. Actualmente somos nueve personas las que formamos parte de la plantilla. Es cierto que hemos atravesado momentos complicados pero hemos sabido mantenernos y conservar la mayoría de los trabajadores», explicó Ignacio.
Él sabe bien que el de la fabricación de las campanas se trata de un sector muy exigente con una clientela muy determinada. En Campanas Quintana no solo se encargan del proceso de creación si no que ofrecen asesoramiento y mantenimiento continuo. «Nunca basta con una buena instalación. Para que las cosas sobrevivan al paso del tiempo requieren de reparaciones continuas y de un cuidado muy especial». Por eso, Ignacio reconoce que «no hay más secreto que el del trabajo bien hecho» y considera que, aunque la campana sea un instrumento milenario, hay que apostar por la innovación. «Nunca nada es perfecto, siempre hay margen de mejora y debemos seguir trabajando en esa línea», explicó. En su caso, y fruto de su experiencia, ha podido comprobar cómo al introducir pequeños cambios en los perfiles o las proporciones de las campanas, la acústica puede registrar una notable mejoría. «No es suficiente con que suene mucho o sea muy grande. Lo importante es que su nota musical sea pura, exacta y, si es el caso, que esté en concordancia con el resto de las campanas».
Su hermano Manuel es el copropietario del negocio. Reconoce que, de media, tardan un mes en construir cada pieza ya que el proceso de fabricación es «personalizado, artesano, manual y muy al detalle». Construyen campanas de hasta 800 kilos aunque su tamaño siempre se mide en función del diámetro de la boca. El primer paso para su creación es diseñar una plantilla metálica en la cual se refleja el perfil de la campana y se utiliza como matriz para fabricar el molde. «Es importante que, éste último, sea de un material resistente al choque térmico y capaz de soportar la temperatura del bronce fundido. En general, se utilizan ladrillos, agua, barro o arena hasta conseguir una mezcla homogénea y cohesionada. Luego, el molde se destruye porque es de un solo uso», apuntó Manuel Quintana.
A partir de ahí, el proceso de fundición es similar al de cualquier otra pieza. Lo que diferencia a las campanas es que, además de cuidar el aspecto estético y la durabilidad de la pieza, se debe prestar especial atención a la nota musical. Eso provoca que la fase de enfriamiento o desgasificante sea diferente, por ejemplo, a la de una tapa de alcantarilla o una verja. Es ahí, precisamente, donde más se ha evolucionado con el paso de los años. «Antiguamente para fundir bronce se utilizaban hornos de leña o carbón y debían permanecer encendidos durante dos o tres días. Ahora, eso ha desaparecido y los antiguos hornos han sido sustituidos por otros más modernos de fuel, gas o inducción eléctrica. Eso nos permite fundir tres toneladas de bronce en seis o siete horas. Nada que ver con el tan laborioso y tedioso proceso de antaño», aseguró.
Otro de los aspectos que hacen de una campana algo único y especial son sus relieves y, a lo largo de tantos años de trabajo, estos campaneros han visto «casi de todo». «Cuando son encargos para parroquias o con un fin religioso las inscripciones suelen ser más sobrias. Sin embargo, cuando son para un particular se dispara la imaginación. Hemos llegado a grabar desde dedicatorias de amor a frases reivindicativas o guerreras. Nos adaptamos a lo que nos pida el cliente. El único límite es el tamaño de la campaña», bromeó.
Por último, antes de su instalación, la campana debe ser afinada. Es quizás, uno de los pasos más desconocidos para el público en general pero requiere de una gran finura y exactitud. «Es la tarea más compleja. Hay que ir limando y quitando parte del material para conseguir el repique deseado pero es un camino de una sola dirección. Si se comete un error, la campana queda completamente inutilizada», remarcó.
Patrimonio de la Humanidad de UNESCO
El toque manual de campanas español fue declarado en el año 2022 Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO al considerarlo como un lenguaje sonoro que ha conseguido perdurar a lo largo de los siglos como un medio de comunicación comunitario. Un logro conseguido gracias al trabajo y empeño de varias asociaciones de campaneros de todo el país. Una de ellas, es la de los Campaneros Villaltanos de Palencia que se fundó en el año 2018. Su presidente, Jesús Escobar, aprendió el denominado como ‘toque de bueyes’ cuando apenas era un niño y ejercía como monaguillo en la iglesia de su pueblo. «Como mi padre era mayor, y no podía subir al campanario, tenía que hacerlo yo y me hacía muchísima ilusión», reconoció. Aquello fue algo que se le quedó grabado y apostó por recuperarlo.
A día de hoy, la Asociación la conforman 48 personas. Julián González es una de ellas y ejerce además como secretario. Asegura que la intención de la agrupación es continuar con la labor divulgativa del toque de campana a través de las escuelas talleres o las exhibiciones. «Tenemos muchos planes en mente. A través de la Diputación de Palencia conseguimos un campanario móvil y eso nos permite desplazarnos para hacer sonar el toque de campana por todos los municipios de la provincia. Debemos seguir trabajando para evitar que la tradición se pierda. Sería muy doloroso», concluyó.
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