Palencia llora la pérdida de la minería veinte años después del cierre de su mayor símbolo. La localidad de Barruelo clama por la declaración como Bien de Interés Cultural del histórico Pozo Calero
Su profundidad, los más de 22 kilómetros de su extensa red de galerías y los graves accidentes que salpicaron su historia han convertido al Pozo Calero en una de las explotaciones más emblemáticas de la minería castellano y leonesa. Todavía en manos privadas, muchos barruelanos esperan que reciba la declaración de Bien de Interés Cultural, cuyo trámite inició el Ayuntamiento en 2019, y acabe siendo un inmueble de titularidad pública.
En el año 2002 cerraba definitivamente el Pozo Calero, la explotación más relevante de cuantas operaron en la geografía palentina. Su importancia fue tal que llegó a convertirse en un símbolo de la minería provincial y en todo una referencia en la industria del carbón nacional. Aunque la perforación del pozo maestro se fue ralentizando por diversos factores, en 1914 ya estaba perforado. «Las obras supusieron la transformación del Valle de San Juan. El original castillete de sillería de 14 metros y el resto de edificios en ladrillo caravista, con piedra arenisca de Quintanilla en las esquinas, se convirtieron en el símbolo que marcó la entrada de parte de la civilización en la zona», destaca el historiador Fernando Cuevas, responsable del Centro de Interpretación de la Minería de Barruelo de Santullán.
Hacia 1920, el Calero ya estaba a pleno rendimiento. Desde entonces, apostilla Cuevas, es el pozo más importante de toda la provincia «tanto por las toneladas de carbón que se extraían anualmente como por el número de trabajadores que empleó. Se calcula que pudo llegar a tener hasta 600 mineros en su interior». Durante décadas, la figura inconfundible de su castillete de piedra ha sido la imagen más representativa de una explotación muy especial. Los motivos que han conducido al Calero a esta singular consideración han sido numerosos. A ello han contribuido sus 480 metros de profundidad, los más de 22 kilómetros que componen su extensa red de galerías interiores, los 90 años que transcurrieron desde su apertura hasta su cierre o los miles de mineros que a lo largo del tiempo trabajaron en su interior. Todas estas cifras revelan que el Calero es una explotación fuera de lo común.
Han pasado dos décadas y la minería es ya una historia olvidada por casi todos, especialmente por los más jóvenes. En el invierno de 2014, cerraban los últimos pozos de Palencia, los de San Isidro y María, emplazados en Velilla del Río Carrión, y son muchas las voces que lamentan la falta de estímulos y planes de inversión ambiciosos que hicieran frente a una crisis que vació muchos pueblos de la comarca norte. «Quizás haya sido muy precipitado abandonar la generación de electricidad en las centrales del carbón sin haber desarrollado suficientemente otras alternativas energéticas», sostiene Cuevas. «Se habla –añade– de reabrir algunos centrales que no aún están desmontadas pero, claro, generamos la misma contaminación, y encima sin nuestro carbón». Aunque la transición ecológica es una aspiración socialmente compartida, la actual crisis energética ha evidenciado la escasa autonomía energética del país.
Con todo, devolver a la vida las viejas minas parece una tarea imposible. En España solo queda una explotación de carbón en funcionamiento. Se trata del Pozo Nicolasa, en Asturias. «El trabajo en la minería es muy especializado y la única forma de aprender es por la experiencia. Un minero que ya tiene los conocimientos enseña al que entra nuevo. Puedes estar en un sitio trabajando de una manera y 20 metros más adelante tienes que adaptarte», explica Cuevas. «Si algún día hay que volver a abrir las minas, ¿quién va a enseñar a los que entren nuevos?», se pregunta. Este problema, concreta, «ya lo tuvimos en Barruelo cuando las minas cerraron en el 72 y se volvieron a abrir en el 80, hubo que buscar a mineros antiguos para que entrasen».
La leyenda negra que oscurece la historia del Pozo Calero
La leyenda negra ha perseguido siempre al carbón y lo saben bien los vecinos de Barruelo y de todas las localidades del valle de Santullán. También ha vestido de tragedia al Pozo Calero, cuya historia está salpicada de terribles episodios. «Desde los primeros años se produjeron en este pozo una extrañas explosiones muy distintas a las hasta entonces conocidas en la minería española. Para que se desencadenase la explosión no era necesaria ninguna chispa ni fuente de calor, eran explosiones en seco», explica Cuevas, quién recientemente publicaba una investigación sobre el trágico accidente acaecido el 21 de abril de 1941. Una lámpara de seguridad en mal estado o manipulada con negligencia, detalla el historiador, ocasionó una explosión de grisú. El monóxido se extendió por galerías y rampas y acabó con las vidas de 18 mineros. Las viudas de los fallecidos, recuerda Cuevas, «recibieron una exigua pensión y una indemnización que tardó meses en llegar. Curiosamente, las compensaciones que cobraron los propietarios contratistas de las mulas fueron mucho mayores». Aquel no sería un caso aislado. Solo once años antes, una gran emanación de gas grisú hizo que 10 trabajadores muriesen de asfixia. El Calero, para las gentes de Barruelo, fue símbolo de prosperidad, pero también de tragedia.
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