Talleres de ajedrez para los pequeños y clases de español para las mujeres ayudan a las familias ucranianas a adaptarse al municipio cuyos vecinos se han convertido en esenciales.
Treinta días para rehacer toda una vida. Un mes para convertir los recuerdos en nuevas experiencias, la familia en nuevos amigos y la lengua materna, en el eco del pensamiento. Han pasado cinco semanas desde que comenzara la guerra en Ucrania, y cuatro desde que Tetiana y Yana decidieran emprender una nueva vida lejos del conflicto para ofrecer una oportunidad a sus hijos. Paredes de Nava les esperaba entre palabras de apoyo y con el ofrecimiento de todos sus recursos. Así, dispusieron una vivienda en la que hoy todavía se alojan, así como comida y ayuda para asistirles durante las primeras semanas. Aunque todavía ha pasado poco tiempo desde que pisaran por primera vez tierras palentinas, ha sido suficiente para que paso a paso construyan un proyecto de vida en el municipio.
La adaptación es un proceso lento que todavía se ralentiza más dadas las circunstancias. La esperanza de que puedan deshacer el camino andado y volver a su país aún está latente, aunque cada vez se parece más a una utopía. «Tienen esa esperanza por volver, pero ven casas, escuelas, hospitales derrumbados y cada vez creen que será más complicado», explica Eugenia Lysova. Es originaria de Ucrania, pero lleva ya en Paredes un año y medio y ayuda a sus compatriotas como traductora. Ante la crudeza de la situación, cada vez están más convencidas de que deberán integrarse en esta forma de vida. Por ello, su principal preocupación ahora es conseguir un trabajo porque, tal y como desvela Eugenia, «quieren sentirse independientes».
Una independencia que ya están tratando de alcanzar con el primer y mayor obstáculo: el idioma. Las ucranianas asisten a clases de español que en ocasiones son impartidas por una vecina del municipio. Con el inglés como puente, Gema trata de dotarles de una base de español. En la tercera sesión, las dos mujeres imitaban la pronunciación de la paredeña y con lápiz en mano transcribían cada una de sus indicaciones. «Concretan la clase cuando ambas pueden porque de verdad tienen interés por aprender, ya que es lo que más puede limitarles», explica Eugenia. La dificultad para comunicarse con los vecinos y para hacerse entender es, sin duda, el mayor reto. «Si no fuera por nosotros que podemos hacer de mediadores sería aún más difícil», reconoce la ucraniana.
Sin embargo, esta dificultad no parece tan mayúscula para los más pequeños. A pesar de no comprender el idioma, la integración de los menores resulta más fluida. De hecho, tres de los niños que llegaron a principios de marzo se han apuntado a clases de ajedrez aconsejados por Eugenia. «Mis hijos vienen y se lo pasan muy bien», asegura. En esta dinámica, el lenguaje es el juego y cada movimiento de pieza una palabra. «Parece mentira cómo se pueden entender y aprender los movimientos por la imitación», explica Eugenio Palomino, uno de los profesores que imparte la clase.
Aunque el seguimiento del juego les nutre de nociones para aprender a jugar, el compañerismo de Anna y Adrián, hijos de Eugenia, les facilitan el trabajo. «Además son realmente buenos jugando al ajedrez, de hecho, Adrián ha quedado segundo en un campeonato», añade el profesor.
Una pieza fundamental para tratar de enseñar este juego que ya de por sí, resulta complicado en los inicios. «Es muy difícil enseñarles sin conocer el idioma y sin haber jugado nunca», reconoce Tasio Nieto, otro de los profesores y promotor de estos talleres. A través de ejercicios, jugadas ensayadas y duelos, los pequeños se adaptan a la dinámica del juego y a la dinámica de esta nueva etapa. «Los niños son los que mejor se adaptan, y cuanto más pequeños mejor», aclara Eugenia. De hecho, ya llevan dos semanas escolarizados y empiezan a acostumbrarse al ritmo. «Lo están llevando muy bien porque tanto compañeros como profesores les ayudan mucho», añade.
La ayuda de los paredeños se ha convertido en un sustento imprescindible para estas familias. Desde que llegaron, fueron asistidos en las cuestiones más burocráticas para lograr esa escolarización e integración en la seguridad social. Las muestras de apoyo no han cesado en estas últimas semanas y Eugenia Lysova se muestra orgullosa de esta colaboración. «Desde que llegaron han podido contar con los vecinos. Muchas veces algún vecino se ha prestado para acompañarlas a Palencia a conocer la ciudad para cambiar de aires», sostiene. Pequeñas acciones que intervienen en que la estancia de estas mujeres y niños sea lo más fácil posible y poco a poco emborronen los recuerdos aún demasiado presentes de esa guerra.
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