«La riqueza mata la espiritualidad»

El Norte de Castilla

8 de mayo de 2022

María del Carmen Gordaliza,Abadesa de San Andrés de Arro, dice: «La riqueza mata la espiritualidad, en lugares de abundancia bajan las vocaciones». «A algunos les ha vuelto más solidarios, pero otros se muestran ahora más cerrados», señala en referencia a la pandemia.

El monasterio de Santa María y San Andrés, conocido como San Andrés de Arroyo, es una abadía de monjas cistercienses. Desde los inicios de la fundación del monasterio (año 1181) y de manera ininterrumpida, la vida comunitaria ha existido en San Andrés de Arroyo siguiendo la regla de San Benito, según el carisma Cisterciense. La comunidad ha sido numerosa. Entre los años 1950 y 1960, formaban la comunidad de Santa María y de San Andrés 62 monjas. Actualmente, viven su vocación cristiana en la abadía ubicada en Santibáñez de Ecla bajo la regla de San Benito 8 monjas.

La madre abadesa, María del Carmen Gordaliza, reconoce que no es una buena época para el crecimiento de las vocaciones ni para la espiritualidad, sobre todo en los países ricos y más desarrollados. «En lugares de abundancia bajan las vocaciones y la riqueza mata la espiritualidad», manifiesta.

«El ser humano es espiritual y material, pero la dimensión espiritual que no se ve se puede intuir, por ejemplo, en una composición musical o en cualquier otra obra artística», asegura, «aunque este mundo actual niega muchas veces la existencia de la espiritualidad, por eso bajan las vocaciones», observa, agregando asimismo que «el hombre no puede prescindir de la espiritualidad que nos ha dado Dios, pero la llama de otras formas o la encamina a otras maneras de vivir, como quien se hace un tatuaje o lleva un piercing».

Son monjas de vida contemplativa con una espiritualidad monástica. San Andrés de Arroyo se ubica en un amplio valle, alejado de la ciudad, donde pueden contemplar la naturaleza y escuchar en silencio. Sin embargo, no viven al margen de lo que ocurre en la sociedad y en el mundo. Han seguido la evolución de la pandemia desde el interior de los muros, y sin duda saben que ha dejado huella. «A algunos les ha sacudido la conciencia y les ha vuelto más solidarios; pero otros, por el contrario, se muestran ahora más cerrados», considera.

Como en el resto del mundo, las visitas turísticas han tenido sus restricciones. Actualmente, han vuelto casi a la normalidad, aunque aún se solicita que se lleve la mascarilla puesta en el recorrido interior. También reflexionan sobre la guerra de Ucrania, saben que el causante principal se encuentra en su palacio ruso, pero, por otro lado, creen que cada uno puede aportar su granito de arena para que contribuir a mejorar las cosas. «Cada vez que no apoyamos a los demás, sembramos muerte y contribuimos a la guerra; si sembramos el bien, sembramos vida y luchamos contra la guerra», opina la abadesa.

Además de la vida contemplativa y de recibir a los visitantes que siempre quedan conmovidos por la belleza del monasterio, sobre todo de su claustro, las monjas siguen fabricando y vendiendo sus deliciosos dulces: herraduras, mantecados, tortos caseros, polvorones, ‘raquelitos’ y pastas de té.

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