Santiago Alonso Domingo. Julio, 2023
La fachada Sur de la iglesia de Santa María de Castromocho y su entorno inmediato para nosotros tienenun atractivo innegable. Si se compara con las muchísimas fachadas que existen seguramente no sea de las más engalanadas, pero su aspecto vetusto en sentido estricto, paralizado en el tiempo y poderla observar pisando tierra…. nos motiva un sentimiento al modo de privilegiado explorador decimonónico, cuando estos edificios ya eran especiales pero no tenían la consideración de trato superlativo de monumento “maravilloso” o “extraordinario” o “único en su género”, como generalmente se encargan de recalcar los guías en sus explicaciones al acercarnos a ellos en visitas teledirigidas.
Las paredes de tierra sobrepuestas a la fachada en las que afloran unas columnas embebidas de piedra que sirvieron para apoyar amplios arcos de ladrillo con pocas perspectivas de supervivencia en estos momentos; los portones ciegos de madera que parecen dar acceso al corralón de alguna antigua casona de labranza y, sin embargo, ocultan inmerecidamente una artística portada de piedra del siglo XVI que se asoma por encima hasta dejar ver parte de la imagen central de la Virgen María con el Niño Jesús en los brazos, nos crea esa agradable sensación que decimos. Sensación que nos gusta vivir y cada vez es más difícil de encontrar.
Además la existencia de un conjunto de piedras figuradas visibles sin ningún inconveniente en esa misma fachada Sur nos ha conquistado para tratar de entender semejante curiosidad.
Las piedras se localizan en el muro de ladrillo cerca del alero y de la cabecera del templo. Del otro lado del muro, en el templo, estaríamos en la capilla de Nuestra Señora de la Soledad. Teniendo en cuenta el hecho de referirnos a cuatro figuras agrupadas en un espacio del muro muy determinado se puede considerar que forman un conjunto.
En la primera mirada que las dedicamos no nos planteamos otra cosa más que estar ante una curiosa representación de San Roque.
Fue una vecina del pueblo quien se refirió a la figuración como una representación de “Caperucita”. Nosotros le comentamos nuestra teoría de San Roque a lo que nos responde que “posiblemente no sea Caperucita ni San Roque”.
Con esta intrigante respuesta volvemos a revisar el conjunto. Fruto de esa segunda mirada, y otras posteriores, son las reflexiones que siguen.
En su aspecto actual las piezas principales del conjunto son una composición de una figura humana de ejecución bastante simple colocada en posición de frente. Es destacable su cabello dividido en dos desde el eje de la cabeza que, colgando por ambos lados de la misma, llega hasta casi los hombros formando una melena densa; la mano izquierda sostiene el asa de un elemento rectangular en posición apaisada, dicho asa ocupa todo el lado superior de la forma rectangular; el brazo derecho de la figura cruza el cuerpo a la altura del abdomen, como sujetándose en el costado; las piernas se aprecian en toda su longitud apoyadas en una plataforma de piedra de poca altura que sirve de base a la figura; al estar las piernas algo abiertas, y la izquierda algo flexionada, dan cierta impresión de movimiento, como si estuviera caminando o soportando.
Al lado derecho de la figura humana hay otra figura, en este caso es un animal, que sin descartar otras posibilidades, puede ser un cánido (¿de largas y empinadas orejas?).
El animal está colocado en posición rampante algo forzada. Hablando con más propiedad quizás habría que decir que está sentado. Tiene la boca abierta hacia la figura humana. De las patas delanteras no tenemos detalle al haberse perdido por rotura.
La impresión que dan las dos figuras descritas sin entrar en detalles puede encajar con el ideario generalmente asumido que trasciende del popular y didáctico cuento infantil de “Caperucita Roja y el Lobo”, el cual siendo originario de Europa Central, extendió su influencia a los países del entorno transmitiéndose el relato generación tras generación desde hace varios siglos.
Con la redacción muy avanzada de estas reflexiones caemos en la cuenta de que en estas dos mismas figuras ya se fijaron los autores del “Catálogo Monumental de la Provincia de Palencia” (fascículo segundo). Primero fue en el año 1.932 y luego en 1.949.
Refiriéndose a la iglesia de Santa María fue publicada la siguiente descripción:
“En lo alto de los muros exteriores hay un relieve rústico, en piedra notabilísimo. Representa una figura desnuda con media melena que lleva una cesta en la mano. La contempla un lobo sentado sobre los cuartos traseros.”
Aparte de algunas coincidencias con apreciaciones nuestras previas al conocimiento del texto entrecomillado, en el mismo no se alude de forma expresa al cuento de Caperucita, pero están presentes elementos básicos de dicho cuento como son la cesta y el lobo, los cuales todos recordamos cuando hemos oído el relato. La mención de estos elementos no parece ser una casualidad. Más bien parece el reflejo de que la asimilación de estas figuras con caperucita y el lobo forman parte del acervo cultural de los castromochinos desde generaciones anteriores a las actuales. No sería extraño que durante la visita de los comisionados del Catálogo Monumental surgiese algún comentario tendencioso al respecto por parte de algún acompañante vecino del pueblo.
Efectivamente, la escena que comentamos en algún momento difícil de precisar, ha pasado por el tamiz de los castromochinos dando una explicación ingeniosa y simpática de lo que se ofrece a la vista desde el muro. A partir de ahí la interpretación se ha ido transmitiendo hace ahora varias generaciones, seguramente a sabiendas de que la propuesta de Caperucita es poco probable.
Asimismo como bien nos apuntó la vecina cuando cerraba la iglesia, también asumimos que nuestra primera impresión, referida a una representación de San Roque, estaba igualmente errada.
Además, para completar la descripción de la figura humana, la ausencia de vestimenta sugiere la desnudez de la misma y prestando la atención debida sin remilgos, permite definirla como una imagen de varón puesto que no podemos obviar el detalle anatómico propio del género masculino oportunamente marcado en el arco pélvico.
De los cuatro elementos que forman el conjunto empotrado del muro, esta figura humana esculpida en piedra es, indudablemente, la más original. La originalidad sobrepasa el ámbito local pues, por el momento, la falta de paralelos tipológicos afines con la misma nos mantiene con más incertidumbres que certezas a la hora de interpretarla. El aspecto de joven imberbe (mancebo) con abundante cabello largo (en ocasiones considerado como símbolo de fortaleza vital), la desnudez del cuerpo también apreciada por miradas anteriores a la nuestra, la expresión perpleja del rostro, el objeto de aspecto compacto de difícil interpretación sujetado o portado con la mano izquierda (descrito por otros como cesta), la impresión de estar en movimiento… son peculiaridades que permitan contemplar varias posibilidades al respecto de la intención representada. Incluso puede ser una figuración alejada del ámbito estrictamente religioso y quede más próxima al ámbito civil o profano; quizás relacionado con la disciplina heráldica en el sentido o función de tenante.
Al respecto de la figura del pretendido lobo, líneas arriba ya comentamos que estaba colocado en una posición forzada. En realidad más que en la posición vertical en la que está, parece concebida para estar colocada en posición horizontal. Es decir, con las patas apoyadas en un suelo teórico a pesar de que las delanteras están rotas.
Asimismo es destacable el desproporcionado tamaño de la cabeza al respecto del cuerpo. Esta peculiaridad tiene su trascendencia por cuanto es en la cabeza donde el escultor ha fijado la carga simbólica de la figura haciéndonos focalizar la mirada en la boca de la bestia por mostrarse excesivamente abierta. Desde abajo tampoco pasa desapercibido un apéndice puntiagudo y algo curvado situado en la altura del testuz; el aspecto de este apéndice le relacionamos más con cuernos que con orejas.
La figura nos hace plantear que sea una idealización fantástica relacionada con el diablo como las tan habitualmente representadas en la iconografía de la Edad Media.
Estas dos figuras principales fueron dispuestas en clara asociación tratando de formar una escena coherente, un mensaje. Entre ellas, los desconchados del enfoscado de la pared alrededor de la figura del animal, permiten apreciar que este se trata de un verdadero altorrelieve esculpido en una piedra exenta distinta de la figura humana.
Dejando ahora a un lado estas dos figuras principales todavía es obligado hacer referencia al otro par de elementos arquitectónicos aludidos que sobresalen del muro, cerca de los recién descritos.
Uno de estos elementos es una ménsula de ábaco poligonal situada algo más abajo de las figuras principales. Tiene una decoración bastante mal conservada pero parece ser una cabeza femenina con un tocado que solo dejaría la cara descubierta.
El otro elemento es un impreciso remate figurado igualmente maltratado, pero no es descabellado asimilarle a la misma categoría de representación fantástica del diablo como en el caso del otro animal. Dicho remate sobresale algo apartado a la siniestra -en sentido heráldico- de las figuras principales.
El hecho de que estas dos piezas estén algo desplazadas de las principales deja claro que son piezas exentas independientes.
Las cuatro piezas entraron a formar parte del muro apartadas de su contexto original por motivos que ahora desconocemos con certeza. De todos modos no es aventurado pensar en elementos rescatados de alguna reforma de la misma iglesia (como pueda ser el caso de la ménsula) o de otro edificio desmantelado de Castromocho.
El muro donde vemos colocado el conjunto de piedras que estamos tratando, es de hiladas de ladrillos macizos principalmente dispuestos a soga a partir de un alto zócalo de sillarejo. La argamasa o tendel que liga las hiladas viene a ser de grosor equivalente a los ladrillos.
La zona más elevada del muro esta rematada con el alero del tejado mediante una elaborada cornisa. Dicha cornisa está realizada con ladrillos también macizos dispuestos a sardinel que han sido oportunamente recortados previamente al horneado para constituir un elaborado y vistoso remate conformando líneas alternas de bocel – caveto – bocel – caveto. Antes del encuentro con el tejado hay tres hiladas más de ladrillos de aspecto moderno colocados a soga unidos con argamasa de arena y cemento, igualmente moderna, que son la solución de una reparación realizada bastante más recientemente para apoyar el voladizo de la cubierta.
En el tercio superior del muro y centrada en el lienzo está la ventana que actualmente aporta luz a la capilla. Es de forma rectangular, alargada en altura, con el dintel cerca de la cornisa. Las jambas y el mismo dintel están recercadas con mortero blanco (yeso) que afina las irregularidades ocasionadas al romper el muro cuando se habilitó el hueco. En la poyata se aprecia un remiendo de argamasa moderna de cemento yarena que afecta a un par de hiladas de ladrillo; esta reparación tiene un aspecto sospechosamente similar al remate donde se apoya el voladizo del tejado.
Recalcamos el calificativo de “actual” de esta ventana por ser el resultado que ha llegado a nuestros días después de haberse producido una cierta evolución de la iluminación interior de la capilla desde que fuera fundada en el año 1.525.
En este sentido llama la atención un espacio rectangular en el muro de tamaño y disposición similar a la ventana actual, situado en la parte inferior izquierda de la misma (mirando de frente). Todo apunta a que este hueco, tapado con mampuestos de piedra caliza, fue una ventana anterior a la actual que acabó siendo amortizada.
Esta ventana “anterior” quedaba algo desplazada del centro del lienzo y estaba más cercana a la base del muro; parte de la que fuera su jamba derecha está parcialmente aprovechada por la jamba izquierda de la ventana actual.
Por encima del dintel de la ventana “anterior” se aprecian unos pocos ladrillos dispuestos a sardinel en arquería. Creemos que esa media docena de ladrillos así dispuestos, medio tapados por otro mortero, son los restos que hoy quedan visibles de la ventana “original” de la ya aludida primitiva fundación de la capilla en el año 1.525, cuando la advocación era la del Nacimiento de Nuestro Señor Redentor, en lugar de Nuestra Señora de la Soledad, como ahora la conocemos.
Para acabar la descripción del muro hacemos referencia al enfoscado. Actualmente la mayor parte del muro carece de enfoscado manteniendo restos del recubrimiento en la zona superior del mismo. Sobre todo en la cornisa y en el espacio resultante entre la ventana hacia la cabecera. Precisamente en el entorno del conjunto figurado. En el lado desde la ventana hacia los pies del templo los restos del enfoscado son más escasos. En cualquier caso se trata de rodales de enfoscado con bastantes desconchados.
En la cornisa todavía se aprecia con relativa claridad una pintura rojiza desvaída que reproduce la disposición de los ladrillos subyacentes a sardinel con las llagas intermedias representadas con pintura blanca
En estas tierras de campos abiertos donde la piedra escasea (a Castromocho se traían las piedras desde Ampudia con carretas) la modalidad de construir muros de ladrillo con gruesos tendeles de argamasa así como ladrillos recortados antes del horneado se basa en la tradición antigua que evocan las construcciones mudéjares del estilo románico de ladrillo. Dicho lo cual no queremos decir que este muro corresponda a ese momento. Líneas arriba ya hemos precisado alguna fecha que remonta este muro, al menos, al primer cuarto del siglo XVI, coincidiendo con la primera fundación de la capilla. A partir de ese momento, se colocó el conjunto figurado, quizás aprovechando los andamiajes montados para modificar la serie de ventanas descritas.
Pero… ¿qué momento histórico es el origen de las piedras figuradas del muro?
Antes de plantear nuestra propuesta en este sentido, conviene reseñar que las piedras figuradas principales del conjunto, con anterioridad al Catálogo Monumental, también fueron mencionadas por L. García Arenillas (1896: 92) cuando escribe textualmente:
“[…], que el lienzo sur de la iglesia y en la parte que hoy [a finales del siglo XIX] corresponde a la capilla de Nuestra Señora de la Soledad hay una figura o cariátide en piedra de un paralitis y otra una especie de centauro o cosa parecida si no recuerdo mal. (Son sus palabras)”. Solamente los corchetes son nuestros.
Conviene apuntar que la “cariátide” “de un paralitis” hace referencia a la figura humana (la caperucita) y “el centauro o cosa parecida” se trata de la figura animal (el lobo).
Lorenzo González Arenillas pone el texto entrecomillado en el puño y letra de su coetáneo y correspondiente epistolar, Don Gregorio García González (que fue sobrino del cura ecónomo de la iglesia de Santa María, quehacia 1.832 era D. Sebastián García Mazariegos, con el cual estuvo viviendo algún tiempo en Castromocho; Don Gregorio seguramente también fuese cura siguiendo el ejemplo de su tío)
El autor de “Datos para la historia de Castromocho” y Don Gregorio pretendían remontar el origen de la iglesia de Santa María a un antiguo templo romano o de otra época más remota si cabe. Con las alusiones a la mitología clásica de la cita buscarían apoyar esa teoría que hasta el momento no ha podido ser confirmada.
Al respecto de la pregunta planteada en el tramo final de estas reflexiones, tenemos que admitir que no es factible responderla con una fecha precisa (o absoluta). Como tantas veces ocurre tratándose de La Historia aquí también la falta de datos es tozuda. Por el momento, debemos conformarnos con fechas relativas atendiendo a los recursos estilísticos de las figuras.
En este sentido la pieza del conjunto más susceptible de ser fechada es la ménsula. Este elemento arquitectónico solía soportar las crucerías ojivales de las iglesias cuando imperaba el estilo gótico en los siglos XIV, o incluso el XV. La vestimenta (velo) que se intuye cubriendo la cabeza con la cual fue decorada apunta en el mismo sentido.
En cuanto al resto del conjunto empotrado en el muro, a priori, creemos que puede beneficiarse de la misma cronología relativa de la ménsula sin mayor inconveniente.
En definitiva el conjunto de figuras fue reutilizado bastante tiempo después de su uso original, si bien es muy posible que se tratase de mantener en cierta manera el mismo concepto religioso de aquel primer momento de uso, a pesar del carácter profano de la figura humana.
Nos referimos concretamente a la relación establecida intencionadamente al poner juntas a las dos figuras principales. Con esa proximidad parece relacionarse el pecado, personificado en el varón desnudo, como la causa de ser condenado al infierno personificado en las diabólicas fauces del animal.
Esto es, se trata de la representación de uno de los conceptos más trascendentales del cristianismo desde su fundación como es el castigo de los pecadores con el fuego eterno.
Al fin y al cabo el planteamiento propuesto para las figuras del muro Sur de la iglesia de Santa María en Castromocho, no está tan alejado de la moraleja del cuento de Caperucita Roja y el Lobo Feroz.