Valentyna Neprokina, que lleva años afincada en la capital, estudia cursos de primeros auxilios, rescate y psicología para retornar a su tierra. “Mi madre está sola allí, no ha querido venir. Mi tío también se ha quedado en su casa” comenta.
No tenía ganas de ver a nadie ni estar con nadie. La guerra, aunque estuviera a cientos de kilómetros, le silenciaba y le quitaba el sueño y el aire. Su madre, su tío, sus amigos, su gente, todos seguían allí y ella se dio cuenta de que no quería estar en Palencia, donde lleva viviendo muchos años. Aunque desde la capital ayudase a los suyos, ella necesitaba estar más cerca. Por ese motivo, pidió una excedencia en el trabajo y comenzó a formarse para trabajar en el Ejército de Ucrania. Valentyna Neprokina se ha preparado con distintos cursos ‘on line’ a través de la Cámara de Comercio de Palencia para formarse y ser útil en su país. «Ya he hecho uno de plan de rescate y primeros auxilios en guerra, y ahora estoy con uno de psicología para los rescates y las personas que han perdido a alguien. Es que hay muchas formas de ayudar en el Ejército», argumenta esta ucraniana, que espera partir en las próximas semanas hacia su país.
«Mi madre está sola allí, no ha querido venir. Mi tío también se ha quedado en su casa. Hubo una temporada que pasaban por su zona los rusos y estuvimos muy preocupados… También tengo muchos amigos que aún están allí», rememora Valentyna, que abrió las puertas de su casa en Palencia a su prima Olesia y a sus cuatro hijas (Olena, Sofia, Milana y Aleksandra) en marzo del año pasado. Estuvieron con ella hasta diciembre, pero retornaron a Ucrania porque «mi prima necesitaba volver, le llamaba su tierra».
Eso sí, no retornaron a Nikolaev porque allí ya no existe su casa, ni la guardería a la que iba su hija pequeña ni nada. Decidieron alquilar una casa en una zona más segura, cerca de Leópolis. «No hubo ni una persona que no quisiese ayudar a las niñas durante todo el tiempo que estuvieron aquí con los colegios, la ropa, los libros o los juguetes…He sentido el apoyo de la gente y eso es lo que vale en nuestro tiempo», señala con emoción.
Además de acoger a su prima, que salió sola con sus cuatro hijas menores a través del corredor humanitario desde Ucrania hasta Bucarest, donde unos sacerdotes le costearon el traslado en autocar hasta Alicante, ha trabajado como traductora de Cruz Roja con refugiados ucranianos y siempre está pendiente de todos los que huyeron de la guerra y de la barbarie. «Estoy muy orgullosa de los ucranianos que han venido hasta aquí. Son trabajadores dispuestos a empezar una vida mejor, aunque de la guerra casi no hablan y yo también veo la tristeza en sus ojos», advierte.
Los refugiados realizan cursos para aprender distintos oficios y conseguir un trabajo en la ciudad que los acoge mientras dura la guerra. También estudian el idioma para integrarse y poder hablar y entenderse con todo el mundo. «Algunos en seis meses ya dominan el idioma. Muchos dicen: ‘Me encanta Palencia’, porque están muy bien aquí», admite.
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