«El cuerpo me pide jubilarme, llevo 52 años en la hostelería», afirma Luis Ángel Cembrero, que baja este sábado la persiana del negocio que abrió en 1999 en Palencia. «Esta pandemia nos ha matado, pero lo más grave para el sector es la falta de profesionalidad, porque la gente no quiere trabajar en hostelería»
Cumplirá los 66 años en el verano, y muy trabajados por cierto. Lleva en el tajo desde que era un niño. Desde que, con 13 años, se fue de su pueblo, Nogal de las Huertas, a Santander, donde vivía una hermana suya y donde empezó a ganarse el pan «haciendo petroleros», en los Astilleros de San Martín de la capital cántabra. «Mi cuñado era práctico de puerto allí y fue quien me colocó, pero mi padre tuvo que firmar la autorización», hace hincapié Luis Ángel Cembrero, quien, pese a sus comienzos en la costa, ha desarrollado casi toda su vida laboral mar adentro, en la capital palentina, primero como camarero y después regentando La Cantina Palentina, en la Calle Mayor, 4, un negocio que echará el cierre este sábado tras más de 22 años de puertas abiertas.
«Por un lado estoy contento, porque el cuerpo me pide que me jubile y tengo una finca con una huerta y a mis nietas para estar entretenido, pero por otro estoy triste. Ha cerrado Lucio, La Bota, La Taberna Plaza Mayor… Esta pandemia nos ha matado, pero lo más grave para el sector es la falta de profesionalidad, porque la gente no quiere trabajar en la hostelería», subraya Luis Ángel, que comenzó a trabajar detrás de una barra meses después de su llegada a Santander, cuando se construyeron esos petroleros y se quedó sin trabajo.
«Estuve cuatro o cinco meses, y me salió trabajo en hostelería en el Hogar del Productor, en los sindicatos de Franco, que abajo había un pequeño restaurante en el que dábamos entre 400 y 500 comidas diarias y el precio eran 35 pesetas. En Santander estuve dos años y me vine a Palencia, primero al África y después me vinieron a buscar primero de El Palentino y luego del Club 38, en el que estuve trabajando 21 años y medio y que abrió para que la gente no se fuera a Valladolid, de 18:00 a 3:00 horas», recuerda Luis Ángel Cembrero, que en 1999 abrió La Cantina Palentina.
«Al principio teníamos tres o cuatro mesas, era un restaurante pequeñito. Quería algo distinto, estaba harto de la noche y quería ver el sol.Fue un cambio brutal. En Santander hice cocina y me manejaba un poco, pero ha sido mi mujer la que ha cocinado en el bar. He trabajado mucho, no sé lo que es en mi vida trabajar menos de 10 horas diarias. Si me hubieran dado un euro por cada hora que he trabajado, sería rico», asegura Luis Ángel Cembrero, que anda en conversaciones para el traspaso de su negocio, pues sus hijos Iván y Luis Ángel tienen ya su propio negocio (La Ermita y el bar Rabel, respectivamente) «quieren otro tipo de hostelería, una cocina más divertida», y su hija no tiene vinculación alguna con el gremio.
0 comentarios