El compositor berciano vuelve a la capital palentina para conmemorar el séptimo centenario de la Catedral con su concierto ‘Místicos y románticos’«Mi primer premio lo recibí en Alar y fue el más importante de mi vida» nos dice; y añade «Solo canto aquello que siento como si hubiera nacido dentro de mí».
El cantautor Amancio Prada (Dehesas, León, 1949) empezó a leer a Rosalía de Castro en su adolescencia. Sus versos le ayudaron a comenzar con la música, en la que lleva casi 50 años. Una pasión que le llevó a ganar varios años la Galleta de Oro de Alar del Rey en el concurso de jóvenes intérpretes, lo que supuso un punto de inflexión importante en su vida. Con 20 años se mudó a París, donde estudió Sociología en la Sorbona y realizó estudios de armonía, composición y guitarra. Desde entonces, su voz ha estado unida a la de Rosalía, pero también se ha dejado seducir por la poesía de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús o Bécquer. Por ello, no existe una voz más autorizada para interpretarles. Lo hace con su espectáculo ‘Místicos y románticos’, que este sábado por la noche presenta, desde las 20:00 horas en San Francisco, dentro del programa musical que conmemora el séptimo centenario de la Catedral.
–Es del Bierzo y medio gallego, aunque también un poco palentino porque esta fue la provincia donde dio sus primeros pasos como músico…
–El primero en Alar del Rey con solo 20 años, en 1969. Me enteré de que había un festival de intérpretes para cantar y una de las primeras canciones que hice fue de Rosalía de Castro y, ante mi asombro, me dieron el primer premio. Fue el más importante de mi vida porque fue un empujón muy importante. Junto con la Galleta de Oro me dieron un sobre con 10.000 pesetas, que es lo que me costó una guitarra que había visto en Valladolid. Me la compré y me fui a París con ella para interpretar ‘La guitarra’ de Lorca. Además, he cantado dos veces en San Juan de Baños, en San Francisco, en Aguilar o en Paredes, donde estrené la versión de cámara de ‘Las Coplas’ de Jorge Manrique. Me siento muy querido en Palencia.
–Vuelve a Palencia tras la pandemia para compartir una ocasión tan especial como es el séptimo centenario de la Catedral con un concierto en la iglesia de San Francisco. ¿Es un halago?
–Me encanta cantar rodeado de arquitectura, sea románica, gótica o barroca. Siempre me maravillo de lo que fueron capaces de crear nuestros antepasados con medios mucho más precarios. Nos han dado un ejemplo de buen saber y amor en lo que hacían. Me gusta cantar en estos espacios llenos, donde se puede percibir el eco de tantos cantos, de sueños y de oraciones. Un espacio idóneo para escuchar la voz callada, como diría San Juan de la Cruz.
–¿Qué espera de este reencuentro con su público palentino?
–Espero que formemos un acorde entre todos, no solo musical sino armónico de emociones, de pensamientos, y que salgamos mejor después del concierto.
–San Juan de la Cruz y Santa Teresa estarán presentes en el espectáculo con nombres propios y muy admirados por usted como Bécquer o Rosalía de Castro…
–Rosalía fue la musa de mis primeras canciones, cuando tenía 17 años y estaba estudiando en Valladolid Dirección de Empresas Agrarias. Con media guitarra fui haciendo las primeras canciones. En el primer disco, ‘Vida e Morte’ (1974), había dos canciones sobre ella y en 1975 hice un disco dedicado íntegramente a su figura. Sin embargo, muchos años después surgió la ocasión y el estímulo para hacer un disco dedicado a Bécquer, que también fue uno de mis primeros poetas. Son dos parejas místicas y dos románticas de cuatro cumbres de la poesía. Además, solo canto aquello con lo que me identifico, porque puedo sentirlo como si hubiera nacido dentro de mí. Un poeta lo que hace es decir lo que otros apenas acertamos a expresar. El canto pone alas a esas palabras que luego van volando entre corazón y corazón.
–Usted ha dejado también su impronta en la figura que llega hoy de Rosalía, pues muchos de sus versos no se recitan, se cantan con la melodía le ha puesto y se aprenden así en los colegios. ¿Cómo ha cambiado su relación y su visión de la poetisa gallega con el tiempo?
–En todos los proyectos en los que canto, cuanto más lo hago, más parece que calo y ellos más dentro de mí. Cada lectura te ilumina algo que no habías notado en ese poema y que se incorpora a ese cúmulo de emociones. Además, como no dejo de estudiar, tengo la sensación de que hago mejor lo que hago.
–Han pasado casi 50 años de aquellos comienzos y hace poco leía que usted reconocía que temblaba «como una vara verde» cada vez que tiene una nueva cita sobre cualquier escenario. ¿Sigue siendo importante para un artista ponerse nervioso antes de cada concierto?
–Fíjese, tiemblo más ahora que antes porque soy más consciente de que nadie se baña dos veces en la misma canción y de que cada concierto es único, como cada momento de la vida. No sabes cómo será porque todo depende de ti, del público, del momento, del lugar…
–¿Se siente un trovador, o eso son palabras mayores?
–Estamos en la estela de los trovadores, sobre todo los que nutrimos de poesía nuestro canto. Al principio tenía más pudor de esa palabra porque parecía referida a un tiempo pretérito de palacios o castillos. Ahora entiendo que el trovador, como los poetas o los pintores, cuando aciertan en su arte se instalan en un perenne presente y nos siguen emocionando. Me gusta esa palabra en el sentido de que está cerca de cantor.
–Usted, que es del norte y que ha recorrido también tanto sur, siempre ha dicho que prefiere dejarse llevar por los cuatro puntos cardinales. ¿Está en la poesía el abrazo entre los territorios que tanta falta hace?
–Los poetas tienen las raíces ocultas y a veces es mejor que no se vean para que pueda crecer el árbol y las ramas. Un poeta, por ser muy local no deja de ser universal.
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