El establecimiento cierra sus puertas tras 65 años de ininterrumpida actividad. Su gerente se jubila después de toda una vida al otro lado del mostrador en un negocio que abrieron sus padres en el año 1958.
Cada casa que se cierra en un pueblo se vive como un auténtico drama en el medio rural, kilómetro cero de esa España que desde Madrid y otras grandes ciudades se han empeñado en vaciar. Pueblos que se quedan sin gente y en los que se habla más de boticas que de juguetes, pero en los que resisten y luchan familias como la de Constancio Quijano y Agustina Santos, vivo ejemplo desde Villamoronta de esos palentinos que luchan a diario por sacar adelante sus negocios en un territorio donde pocas cosas son fáciles a pesar de que goza de grandes atractivos y oportunidades que no todos saben o quieren ver.
El matrimonio supo siempre que lo suyo era permanecer en el pueblo y que su futuro pasaba por continuar con el negocio que abrieron los padres de Constancio, Mariano Quijano y Domitila León, 65 años atrás, en una Palencia en blanco y negro en la que se pagaba en céntimos de peseta y quien tenía veinte duros en el bolsillo se sentía millonario. Y es que en aquel ya lejano 1958 una docena de huevos costaba tan solo 29 pesetas (17 céntimos de euro al cambio), un litro de aceite rondaba las 30 (0,18 euros) y por 4 pesetas (dos céntimos), podías llevarte a casa un kilo de patatas.
El negocio familiar cierra sus puertas, la persiana se baja para siempre tras años de frenética actividad y las luces del local se apagan tras media vida al otro lado del mostrador. El triste final de Alimentación Quijano deja un poco huérfanos a los vecinos ya no solo de Villamoronta, sino de otros muchos pueblos del entorno donde se han granjeado una fama y un respeto que para sí lo quisieran otras grandes cadenas de supermercados. Algunos son clientes veteranos, con los que han vivido de todo, y otros muchos se asomaron por vez primera por la pequeña puerta de su negocio a raíz de la pandemia de la covid-19 y se quedaron.
Y no es de extrañar, porque en este coqueto local de 45 metros cuadrados de superficie había de todo. No hacía falta salir fuera del pueblo ni viajar ni coger el coche para llenar la despensa y hacer acopio de víveres, sino que allí tenían todo lo necesario: alimentos no perecederos, productos frescos y fruta de primera calidad, por citar algunos de los productos que llenan los estantes. El cierre oficial fue el pasado sábado, si bien continuará funcionando hasta el próximo día 12 de octubre, fecha en al que echará la persiana la «última tienda de alimentación» que sobrevivía «en toda La Vega y La Valdavia».
UNA LARGA HISTORIA
En modo alguno es como despedir a ese amigo de la infancia que se muda o ese compañero de trabajo con el congenias y al que trasladan, pero lo cierto es que a Constancio le ha llegado ya el turno de una más que merecida jubilación. Un cambio radical en una vida de trabajo y superación en los que ha ejercido como cajero, reponedor, mozo de almacén, responsable de cuentas, relaciones públicas y todo oficio que se pueda imaginar vinculado a la venta minorista. Trabajo que compaginó durante un tiempo con el de la construcción, hasta que en 1983, a raíz de la crisis inmobiliaria de aquellos años, se compró un tractor y comenzó a labrar el campo. «Nunca jamás me he planteado otro sistema de vida distinto a este; esto es lo que conozco y lo que sé hacer», confiesa el tendero.
Y es que el establecimiento ya forma parte de la historia local de Villamoronta, de sus vecinos y de todos aquellos veraneantes que encontraban aquí un lugar de obligada visita en sus estancias temporales en el pueblo. Y es que lo que hoy es Alimentación Quijano funcionó primero como una típica cantina de pueblo (operó como tal hasta que Constancio y Agustina contrajeron matrimonio), en la que los parroquianos podían desde tomarse un vino hasta hacerse con un par de zapatos nuevos. «Vendíamos mucho calzado, hasta el punto de que el encargado del almacén nos visitaba todos los meses», recuerda Quijano.
Aquel local fue evolucionando e incorporando mejoras siempre pensando en el bienestar del cliente, pero que también ayudaba al matrimonio a llevar un poco mejor este sacrificado trabajo, en el que nunca han tenido un mal gesto con todo aquel que se adentraba en el negocio. Así, poco a poco se introdujeron los congeladores de gran formato (ahora dispone de casi media docena), estanterías o una vitrina. Una tienda muy completa en la que incluso se vendían en su día productos de parafarmacia, hasta que se prohibió dispensarlos en este tipo de establecimientos.
TRABAJO A PIE DE CASA
A Constancio y a Agustina el trabajo siempre les pilló cerca, pues la tienda estaba justo debajo de su vivienda, en plena calle Mayor de Villamoronta. «Es muy cómodo tener el trabajo en tu propia casa, pero a veces también hemos recibido llamadas a horas extrañas. Sin embargo, eso nunca me ha parecido mal porque lo hacían los clientes habituales y con mucha confianza, los que nos han dado de comer todos estos años», manifiesta.
Y es que en estás seis décadas y media Alimentación Quijano ha abierto todos los días, «incluso en Navidad y Año Nuevo». El horario oficial era de 9 a 14,45 y de 17 a 22,30 horas, pero su negocio permanecía abierto casi día y noche con unos precios muy competitivos que consiguió a base de buscar bien y patear los almacenes de distribución «buscando ofertas» y desplazándose él, no esperar a que los proveedores le visiten. Como muestra, venden ahora la Mahou a 60 céntimos y la Coca-Cola a 75, un precio muy difícil de encontrar en otras superficies comerciales.
El trato cercano y casi familiar han caracterizado al negocio a lo largo de todo este tiempo, de tal modo que si a una clienta de las de siempre se le olvidaba la cartera en casa no pasaba absolutamente nada: se fiaba y ya volvería en otro momento. Una tranquilidad y un rara avis en estos tiempos en los que la mayoría tira de tarjeta.
INVERTIR EN TIEMPO
Constancio cumplió los 65 años el pasado mes de marzo, aunque continuará en activo cinco meses más, hasta su 66 aniversario. Su mujer, Agustina, aún aguantará unos años más vinculada a las explotaciones agrícolas que la familia Quijano-Santos posee en la comarca.
Ya jubilados, invertirán el tiempo libre en viajar todo lo que puedan. «En los últimos 20 años no sabía lo que era tener un sábado libre, ahora podremos empezar a hacerlo», apuntan. Y es que, como señala Quijano, «llevar una tienda no es nada fácil». «Hay que tener mucho aguante, trabajar mucho y estar pendiente de fechas de caducidad y de unos precios cada vez más altos», añade.
«No cerramos porque no vendemos, al contrario, tenemos muchísimo trabajo. Todavía queda negocio para seis, siete u ocho años», remata desde el otro lado de un mostrador desde el que ha atendido a generaciones enteras de palentinos. Cierra Alimentación Quijano y con él se va parte de la historia. Villamoronta despide al último superviviente.
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